Bután: otra forma de entender el turismo

Bután: otra forma de entender el turismo

Adrià Grau

Thimphu Bután

Seis y media de la mañana, salir de la tienda no es fácil después del ascenso que realizamos ayer, pero la oración de las siete no espera a nadie en el monasterio de Phajodhing. No puedo decir que llegar hasta aquí haya sido una ruta larga, poco más de ocho km si hablamos de distancia, pero casi tres horas para realizar dicho recorrido; el desnivel en estas montañas es muy pronunciado y la altura no ayuda en el Himalaya.

 

En este lugar, parece que todos los picos quieren ser los primeros en tocar las estrellas. Como dice varias veces Chendu, el guía que me acompaña, “para llegar al cielo, te lo tienes que ganar”, por esta razón, muchos templos y monasterios budistas se encuentran en cotas altas; el camino para llegar nunca será el más sencillo.

Llevo tres días en Bután, y puedo afirmar que no tiene nada que ver con sus vecinos y con el resto del sudeste asiático. De ello te das cuenta desde el momento en que pisas tierra. En el mismo aeropuerto mantienen el orden, el silencio y la limpieza... incluso la infraestructura es sencilla pero de estilo arquitectónico butanés.

 

Parece que en este país todos los detalles son importantes y no les interesa construir una gran nave moderna que no les identifique con su cultura a la hora de recibir a los viajeros. En cuestión de horas, después de realizar un breve recorrido en coche, de comer alguna cosa rápida en un restaurante local – dónde en algún momento se oye un hilo de voz muy bajo, rozando la timidez a romper el silencio – y de realizar un paseo por la ciudad de Thimpu que termina en el gran mercado local, uno se reafirma en la idea de que la cultura del orden, en todos los sentidos, es algo intrínseco de la sociedad.

 Mucho templos budistas se encuentran en cotas altas. En concreto, llego al monasterio de Phajodhing tras ocho kilómetros de distancia y tres horas de recorrido

Saltando atrás en el tiempo, venía de pasar unos días en Nepal, un destino fascinante sin duda alguna. En concreto dediqué gran parte de mi tiempo a visitar el valle de Katmandú y las tres grandes ciudades que cohabitan pegadas entre sí. En cuestión de 45 minutos de avión – con vistas incluidas al monte Everest – había pasado del enorme bullicio de las calles, los olores intensos a cada esquina, de vigilar constantemente de no ser atropellado por una motocicleta, un coche o un simple transeúnte a la absoluta calma, al orden impensable cuando nos ponemos a hablar de las ciudades del sudeste asiático y al silencio más puro, solo obstaculizado por la enorme cantidad de perros que salen a aullar durante la noche.

 

Aquí respetan las señales de tráfico, los pasos de cebra y hacen uso constante del intermitente, algo que en los países vecinos desconocen que existe o simplemente no lo utilizan porque no tiene ningún sentido con el caos instalado, un caos que, a la vez, reconozco que para mi dan ese encanto a ciudades como Katmandú. Sí, posiblemente sea cierto que es más fácil organizar un país con menos de 1 millón de habitantes que otro con 30 millones de personas, pero también es cierto que es mérito de los butaneses mantener una cultura y unas costumbres propias a pesar del paso del tiempo.

 

Esto es palpable en las nuevas construcciones, igual que pasa con el aeropuerto pasa con los edificios nuevos que se construyen en la ciudad – mediante mano de obra de la India – mantienen el estilo arquitectónico de las viviendas típicas del lugar, aceptando, evidentemente, ciertas mejoras y evoluciones a nivel constructivo.

Bután lleva años con una política de turismo sostenible que le ha permitido equilibrar todas la partes de esta industria y asombrar a todos los viajeros por su estilo único

Cuando decidí viajar a Bután, estaba convencido que el paisaje que ofrece este lugar sería lo más llamativo y por tanto sería lo que más me cautivaría sin duda alguna, y más teniendo en cuenta que llegaría para ver florecer los primeros colores de la primavera. Pero, las épocas del año no son una ciencia exacta y menos con el cambio climático, esto ha hecho que estos días, y más a según que cotas, se mantengan los colores de la hierba quemada por el paso de la nieve, y a la vez estos se niegan a dar paso a los colores más vivos e intensos del periodo primaveral. Con todo, no puedo negar que el paisaje sigue cautivándome, pero, si hay algo que más me ha llamado la atención de Bután, es su gente y el trato amable con el forastero.

 

Y es que, por suerte, a mi modo de ver, es aquí dónde hay una de las grandes diferencias con los países colindantes: el modo de entender el turismo en todos los sentidos. Desde hace años, el gobierno ha instaurado una política sostenible basada en un control del número de viajeros que visitan el país cada año. Esto ha hecho que aspectos como la cultura local, las tradiciones, la arquitectura y los espacios naturales, entre otras cosas, se preserven y se cuiden.

 

A diferencia de muchos países del sudeste asiático y del mundo en general, Bután no entiende el turismo como una de sus grandes fuentes de ingresos. Evidentemente, son conscientes que ayudan a crecer la economía del país, pero a la vez no quieren caer en la trampa de llenar el país de hoteles, agencias receptivas de turismo, autobuses llenos de extranjeros y cantidad de servicios y ofertas para cubrir la demanda.

 

Por el contrario, mantienen una política de preservar los espacios naturales y no permitir construir en la mayoría del territorio – el 72% del territorio está cubierto por bosques y la constitución establece un mínimo de un 60% del total del territorio tiene que mantenerse como tal – y por lo tanto las infraestructuras y nuevas edificaciones están muy limitadas.

De forma indirecta, el turismo masivo cambia la cultura y las formas de vivir de los pueblos, en muchos casos, al ser un proceso en un transcurso de tiempo largo, no es consciente el propio individuo, pero es evidente que la sociedad nepalí, tailandesa o vietnamita, por ejemplo, no es la misma de hace 30 o 40 años atrás, porque, en definitiva, estos ven el turismo como una oportunidad para salir de la pobreza.

 

En cambio, en Bután, parece que el tiempo no avance en este sentido. Puede que solo sea una percepción personal, pero el trato de los butaneses con el viajero es desinteresado, y da la sensación que no esperan nada a cambio, son amables y atentos del mismo modo con el vecino que con el visitante.

 

Parece, que en esta sociedad aún no ha despertado ese carácter de ver un extranjero y tratarlo como una fuente de ingresos, y esto te relaja, y a la vez te permite un trato más cercano con la gente del lugar y percibir la esencia de los butaneses, son alegres, muy bromistas, atentos y educados.

 

En definitiva, este país mantiene las raíces culturales, patrimoniales y sociales intactas y eso le hace un lugar diferente, gracias a querer mantener un turismo sostenible, un entorno natural y unas políticas basadas en el bienestar familiar muy claras. Puede que esta sea la felicidad de los que todos los butaneses hablan, han encontrado un equilibrio entre todas las partes implicadas y no han sucumbido ante la gran avalancha de aviones llenos de turistas o viajeros que recorren el cielo en todas direcciones, fruto de ello, hoy siguen siendo ellos mismos.

 

Sería muy positivo que todos los países se fijaran un poco cómo gestionan el turismo en Bután, respecto a un turismo sostenible, unas políticas que luego recaerán en el bien de la sociedad, la cultura y la geografía del país.

Silencio, que empieza la oración y no espera a nadie.

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