El cambio climático en África: más esfuerzos para los más responsables (Parte 4)

El cambio climático en África: más esfuerzos para los más responsables (Parte 4)

Ángeles Lucas

Dakar Senegal

Esta publicación es la continuación de la parte 3 de este ensayo, que puedes leer aquí 

La pugna por gobernar los recursos 

 

A este panorama se suma otros de los males endémicos para el continente y sus nefastas consecuencias para el medio ambiente, el desarrollo o la gobernanza local: el acaparamiento de tierras. Una tendencia que se precipitó desde el año 2000 cuando se puso la mirada en la seguridad alimentaria y el suministro de combustible. “La tierra, con su potencial hídrico disponible, fue adquirida por una amplia gama de actores públicos y privados, incluidos gobiernos soberanos, en suelo africano. 

 

Procesos legales, políticos e institucionales ineficaces han permitido la adquisición de tierras a gran escala en detrimento de las comunidades locales”, resume el estudio Acaparamiento de tierras en África, de Simon Batterbury​ en el que alerta de las tensiones crecientes con las comunidades que sufren el despojo de tierras y recursos naturales y carecen de poder para resolverlo. “Se ven agravadas cuando no existen mecanismos de reubicación o compensación”, señala, aunque también indica que las poblaciones rurales se movilizan para combatir estas adquisiciones.  

 

Es aquí donde también hay que tener más y más fuerza en la gobernanza local, cuando se adquieren las tierras ya sea para explotar sus recursos como para extender monocultivos que se agravan con la premisa de generar biocombustible o limitar la variedad de la producción, normalmente gestionado por agentes externos. A lo que se suma la pérdida de biodiversidad de estas explotaciones. 

 

“No es lo mismo perder árboles nativos, con toda la biodiversidad que acumulan y el carbono que absorben, que talarlos y plantar nuevos en otro lugar”, explica la científica medioambiental Stephanie Roe, colaboradora del informe Cinco años después de la Declaración de Nueva York sobre los Bosques, en el que se alerta de que la tasa anual de pérdida de cubierta arbórea mundial crece un 43% y alcanza 26,1 millones de hectáreas por año

 

“Hay algunas compañías que han tomado algunas medidas en algunos lugares de algunos de los productos que comercializa, pero lo que se necesita es una acción colectiva del sector y en confluencia con las políticas públicas”, indica Roe, que detalla conclusiones del texto como “la incapacidad de las empresas (…) para cumplir los compromisos de eliminar la deforestación de sus cadenas de suministro, lo que contribuye a la crisis forestal”. 

 

Las mejoras en la gobernanza de los bosques, el fortalecimiento de las leyes, incentivos, tasas, la monitorización de los países productores o la regulación de la demanda por parte de los consumidores son otras de las medidas propuestas en el estudio de 2019.  

Ya hay alertas sobre las tensiones crecientes con las comunidades que sufren el despojo de tierras y recursos naturales y carecen de poder para resolverlo

Porque los beneficios de los bosques no solo es que absorben cantidades ingentes de dióxido de carbono, también tres cuartas partes del agua dulce accesible del planeta provienen de cuencas hidrográficas boscosas; proveen alimentos para humanos y animales, de principios medicinales, y de combustible para comida y calefacción en zonas desfavorecidas, además de suponer el 20% de los ingresos de la población rural en áreas forestales en países en desarrollo

 

Otra de sus funciones clave es retener el suelo frente a la erosión, causada también por la agricultura intensiva, el monocultivo, el sobrepastoreo, la expansión urbana y la industria. “El suelo es nuestro aliado silencioso, la mayoría de la comida se produce ahí, y también es un almacén natural de carbono, asume más que la vegetación terrestre y la atmósfera juntas, y eso es importante contra el calentamiento global. Además de guardar microorganismos que proporcionan biodiversidad”, resume Ronald Vargas, secretario de la Alianza Mundial por el Suelo

 

El jefe de Ciencias Biomédicas Veterinarias de la Universidad de Lilongwe de Agricultura y Recursos Naturales de Malawi, Melaku Tefera, alerta sobre el impacto del acaparamiento de tierras en su país: “Los inversores chinos e indios están viniendo y comprando numerosas hectáreas tanto al Gobierno como a los pequeños agricultores, que están perdiendo su conocimiento agrícola. 

 

Ellos venden sus terrenos y luego se emplean como guardas o mensajeros. Esto provoca también migraciones del campo a la ciudad”. El artículo Las tres razones por las que China invierte en África revela que el gigante asiático ha priorizado y aumentado sus inversiones en el continente motivada por “el deseo de asegurar una base sólida de materias primas para impulsar su economía de rápido crecimiento, el deseo de aumentar su influencia política global y la gran oportunidad de crecimiento presentada por las economías de mercados emergentes en África.  

 

Las grandes compañías que poseen las tierras producen un tipo de producto que ni siquiera nosotros tomamos y los envían a otros lugares. Son grandes superficies y desplazan a los agricultores locales. Una cuestión que también incide en la diversidad de semillas, ellos plantan lo que consideran y no tenemos opciones”, indica el experto en la entrevista. “La gente hambrienta se come lo que sea”, prosigue Tefera, que alerta de la necesidad de la organización de la sociedad civil y de plataformas que formen a la población sobre sus derechos.  

 

En el reparto de tierras para un panorama de producción más respetuoso se plantea como fundamental que las mujeres, que representan en algunos países africanos hasta el 60% de la fuerza de trabajo en la agricultura, puedan acceder a ellas para su gestión.

 

 “La​ evidencia muestra que cuando se empodera a las mujeres, las explotaciones agrícolas son más productivas, se manejan mejor los recursos naturales, se mejora la nutrición y los medios de vida son más seguros”, declaró el director general de la FAO en 2019

 

No obstante, en países como Marruecos, Algeria, Túnez, Malí, Senegal, Costa de Marfil, Guinea, Egipto o República Democrática del Congo, menos del 9% de las mujeres eran titulares de terrenos agrícolas en 2018

 

En cuanto a la posesión del terreno, hay que eliminar el estigma cultural de la herencia. Hay países en las que solo puede pasar de hombre a hombre y eso podría cambiarse en los planes nacionales. Ellas tienen que acceder a los títulos de las tierras”, dijo en 2019 Josefa Sacko, comisaria para la economía rural y la agricultura de la Unión Africana, que destaca que la organización tiene un programa piloto para que varios países africanos cedan terrenos públicos a mujeres y que la mecanización debe implantarse de forma “sostenible”. 

 

“Cuando hablamos de género, hablamos de hombre y de mujer. En un plazo de 10 años se puede cambiar una mentalidad. Hay que trabajar en ello”, propone Sacko en el artículo Por más mujeres con títulos de tierras y tractores, donde refleja que se tendría que trabajar también en concienciar a los hombres para que asuman tareas domésticas. 

 

“Los hombres tienen la costumbre de poseer los mayores terrenos. Pero ahora los queremos nosotras también”, declara en su huerto “sin fertilizantes” la agricultora Fatimatou Sall, fundadora y presidenta de la Asociación de las mujeres para la solidaridad y el desarrollo de Nord (AFSDN) de Senegal, creada en año 2000 y a la que pertenecen alrededor de 2.000 trabajadoras mayores y jóvenes de la región del norte de Senegal. “La unión hace la fuerza, es más práctico. 

Impulsada por los mercados emergentes africanos, China está invirtiendo en materias primas para impulsar su rápido crecimiento y su influencia política global

Al principio, cada una iba por su lado y con la asociación estamos todas juntas”, señala Sall, reconocida en la zona por su lucha contra la pobreza y la desigualdad y que difunde prácticas de trabajo respetuosas con el medio ambiente. “Ellas son muy resilientes y están cambiando la cara de la agricultura en África. Producen, venden, cocinan. Estoy viendo que la revolución agrícola está liderada por mujeres. Hay más poseyendo las tierras y asegurándolas.​ Solo hay que darles oportunidades. 

 

Si son pobres o no están bien formadas es difícil que entren en el debate, pero ellas encuentran sus propias soluciones, aunque no tengan presencia. Lo bueno es que eso está cambiando. No debemos esperar a que otros lo hagan por nosotras o nos llamen”, declaró en 2019 Coumba Sow, coordinadora de la oficina para la resiliencia en África Occidental y el Sahel de la (FAO).  

 

Y estas luchas por controlar los dominios del continente no solo se da en la tierra, también en las aguas. Una de las formas más cruentas de estas prácticas se refleja en el documental La pesadilla de Darwin (Hubert Sauper, 2004), en el que bajo el amparo de la ayuda internacional se ve a una sociedad pescando una especie introducida para exportarla a Europa y dejar a su paso hambre, prostitución, violencia y desastres medioambientales. 

 

La pesca en aguas continentales, aquella que se da en lagos, ríos, pantanos… dentro del continente, se enfrenta además a la escasez del agua o a las decisiones externas impuestas sin contar con la población local, que lucha por tener formación para defender sus derechos para determinar zonas protegidas, cuotas u otras decisiones que condicionan de forma inexorable sus vidas

 

Las capturas continentales son importantes para la seguridad alimentaria en África, que representa el 25% de las mundiales, informa la FAO; y el calentamiento y los cambios en las precipitaciones pueden influir en más interacciones con otras actividades humanas como el aumento de la demanda de agua dulce de otros sectores y la construcción de presas, que “podrían crear efectos adicionales, con desaparición de hábitats y cambios drásticos en la biodiversidad o en la dinámica de migración de peces”, recoge el informe del Estado Mundial de la Pesca y la Agricultura 2020 de la FAO.  

 

En total, el sector de la pesca dota de medios de vida a 12,3 millones de personas en el continente, y, como los agricultores, se trata de unos de los grupos más pobres y desfavorecidos​ sumidos también en la desregulación y el descontrol de la actividad. En gran parte ejercida por los grandes buques pesqueros conscientes de la sobreexplotación con el incumplimiento de las cuotas y su consecuente daño a la biodiversidad y a la sostenibilidad de las especies y las comunidades, además de usurpar las demarcaciones de aguas marinas. 

 

“Los peces no entienden de fronteras, pero hay que armonizar la legislación para la pesca entre países”, declara Abdou Salam, capitán del barco Fouladou en el puerto de Dakar. En su nave acoge a inspectores que penalizan la pesca ilegal y no declarada en las costas de Senegal o en otros países que lo requieran para cumplir el Acuerdo internacional sobre medidas del Estado rector del puerto, que busca también impedir que barcos extranjeros entren en territorios nacionales protegidos y realicen pesca ilegal.  

“Los hombres tienen la costumbre de poseer los mayores terrenos. Pero ahora los queremos nosotras también”, declara en su huerto la agricultora Fatimatou Sall, fundadora y presidenta de la Asociación de las mujeres para la solidaridad y el desarrollo de Nord (AFSDN) de Senegal

A estas amenazas se les suma también la destrucción del entorno natural con los métodos de arrastre, las nefastas condiciones laborales de los trabajadores​ o la contaminación de las aguas tanto por el combustible, como acústica​ como por los desechos. “Los aparejos de pesca abandonados, perdidos o descartados, también denominados “aparejos fantasma”, constituyen una parte importante de la contaminación marina por plásticos de los océanos y mares del mundo. Constituye una amenaza para la vida marina.

 

El 46% de las especies incluidas en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y de los Recursos Naturales (UICN) se han visto afectadas por aparejos de pesca abandonados, perdidos o descartados, principalmente debido al enrede o ingestión, y esto afecta la biodiversidad”, recoge el informe. 

 

Apunta el texto que también se prevé que las pesquerías se verán afectadas en gran medida por el cambio climático, “a causa de cambios en las condiciones abióticas (temperatura, niveles de oxígeno, salinidad y acidez del mar) y bióticas (producción primaria y redes alimentarias) del mar que afectan a las especies acuáticas en función de sus pautas de distribución, crecimiento, tamaño y potencial de captura”. 

 

Por lo que insta al sector pesquero a tener la posibilidad de acceder a servicios financieros “(por ejemplo, de ahorro, crédito y seguros)” e inversiones y para abordar la adaptación al cambio climático y su mitigación. “Los programas de inversiones reconocen que la pesca en pequeña escala a menudo se realiza dentro de zonas costeras sobreexplotadas, con regímenes de acceso abierto”, se describe.  

 

 “Los modelos y observaciones indican que en las últimas décadas, más del 90% del aumento de la energía en el sistema climático se ha almacenado en el océano”, se lee en el texto Aumento del nivel del mar e implicaciones para las islas, costas y comunidades de baja altitud del IPCC, que detalla seis aspectos clave en las zonas de costa baja: “Inmersión permanente de la tierra por niveles medios del mar o mareas altas medias; inundaciones más frecuentes o intensas; mayor erosión; pérdida y cambio de ecosistemas; salinización de suelos, aguas subterráneas y superficiales; e impedimentos en los drenajes”. 

 

Efectos que se suman al crecimiento del nivel del mar, las olas de calor marinas y los cambios en la intensidad y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos (por ejemplo, vientos y tormentas). 

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