27 May A contrarreloj con ‘Los Hijos del Cielo’ ¿Se escuchan las balas perdidas en la selva?
A contrarreloj con ‘Los Hijos del Cielo’ ¿Se escuchan las balas perdidas en la selva?
Josep Prat
En el húmedo y frondoso bosque que rodea el Phou Bia, la montaña más alta de Laos, hay miles, quizá centenares de miles, de proyectiles enterrados en el fango. Y siguen cayendo al suelo sin parar. Pero de esto hace más de cuarenta y cinco años y el mundo no parece escucharlo.
El Ejército de Laos sigue dando caza a los «Hijos del Cielo» o ChaoFa, hasta prácticamente su extinción. Este grupo de guerrilleros es el más longevo de la resistencia de la etnia hmong a la dictadura comunista. Prácticamente ninguno de sus componentes vivió durante la guerra, pero son víctimas de las decisiones de sus padres y abuelos, que fueron reclutados para luchar bajo las órdenes de la CIA.
El grupo se consolidó después de que Estados Unidos abandonara a más de cinco mil hombres en Long Cheng, la base secreta de operaciones de la CIA. Más de medio millar se negaron a aceptar la finalización de un conflicto que había matado a más de un 10% de los hmong en Laos. Conscientes de la campaña de persecución iniciada por el régimen, que contó con asesinatos y torturas, los ChaoFa decidieron plantar cara.
Sus filas se nutrieron de las armas y munición de la guerra civil abandonadas en la región, así como las que tomaban de los soldados comunistas muertos en batalla. Durante dos años y medio pusieron contra las cuerdas al nuevo régimen. Pero en 1978 Vietnam vino al rescate. Desplegó a cincuenta mil soldados y arrojó lo que muchos testigos describieron como «líquidos amarillos y rojos».
Según un documento desclasificado de la CIA, el ejército de la República Socialista de Vietnam perpetró unos 261 ataques químicos contra aldeas y escondites hmong, obligándoles a emigrar hacia Tailandia a centenares de familias de la etnia. El Gobierno dio entonces por pacificada la zona, pero el conflicto todavía no ha acabado.
Conseguir visitar a los ChaoFa no es fácil. Solo cuatro periodistas han penetrado en el Phou Bia en los últimos veinte años, y solo uno ha entrevistado al Presidente Her, el líder del grupo. Naturalmente, no podía ser otro que David Beriain, en paz descanse. David fue el autor de un documental imprescindible: El ejército perdido de la CIA. Para hacerlo hay que tener la suficiente entereza como para saber que puedes morir en el camino. Y él, sin duda, la tenía.
“Los hijos del Cielo” o ChaoFa son el grupo guerrillero más longevo de la etnia hmong, hijos y nietos de los soldados que lucharon para la CIA durante la guerra de Vietnam, hace ya cuarenta y cinco años
Cuando en diciembre de 2019 decidí intentarlo yo, me fue imposible. “Quizá podrías entrar en la jungla, pero no sé si podrías salir”, me dijo James Her, el Presidente del Congreso Mundial de los Hmong, un importante grupo de presión de los refugiados hmong en Estados Unidos.
Según me contó Her entonces, los ChaoFa llevaban dos meses desplazándose semanalmente a varios kilómetros de distancia para evitar que los helicópteros del ejército laosiano los localizaran. Si normalmente se tardaba cuatro días en alcanzar al grupo, como le pasó a Beriain, en esta ocasión el trekking podría llevarme hasta ocho días; ocho de ida y ocho de vuelta.
“Es agotador, y tanto tú como yo somos muchísimo más lentos que ellos. La última vez que lo hice pensé que no lo lograría… Se me salía el corazón por la boca. No cuentes con ello.” Pasaron varios meses hasta que volví a hablar con James del tema. La pandemia ya se había desatado en el mundo y jugamos la última baza que nos quedaba: la conexión satelital.
Las radios fueron entregadas a los ChaoFa por unos americanos a principios de siglo y se cargan con energía solar e hidráulica. Hacerlo tenía un punto místico. Para el mundo estos indocumentados no existen, pero sus voces, tan lejos de la civilización, resuenan hasta a miles de quilómetros de distancia.
El día que nos conectamos, nos juntamos yo y Plàcid Garcia-Planas en mi habitación de Sabadell. Él se tumbó en mi cama con una libreta de notas en la mano y extremadamente pensativo. James nos había advertido que no podía asegurarnos la llamada y que dependería de muchos factores. Afortunadamente, esa noche el cielo despejó en el Phou Bia y las nubes dejaron paso a las ondas para conectar Minesota con Sabadell y Laos.
Solo cuatro periodistas han penetrado en el Phou Bia en los últimos veinte años, y solo uno ha entrevistado al Presidente Her, el líder del grupo. Naturalmente, no podía ser otro que David Beriain, en paz descanse
Entonces James se acababa de levantar, yo estaba tomando el café de la tarde y el Presidente pulsaba el botón de la llamada. “Nyob zoo. Hola. Encantado de saludarte, Josep. Soy el presidente Her”.
Al Presidente, explicó, lo acompañaban solo cuatro hombres, armados con AK-47 y su fe. El grupo tuvo que moverse hasta la cima más alta que tenía cerca únicamente para la llamada. Aproximadamente, en la provincia de Xaisomboun, que engloba el monte Phou Bia, viven ochenta mil personas. Y, según James, hay al menos “cuatro mil uniformados”. Uno para cada veinte habitantes; cien para cada rebelde.
“Somos muy pocos”, reconoció Chong Lor Her, “pero nos mantenemos fuertes en nuestras convicciones hasta que no llegue una solución por parte de la comunidad internacional”. Chong Lor lleva los sesenta y cinco años de su vida en una guerra continua, pero aún confía en que salvará a su pueblo en el último suspiro.
La presencia militar bloquea la entrada de comida, libros de texto, medicinas y quién sabe si también munición. La escasez de alimentos, que no es nueva, obliga al grupo a subsistir a base de raíces, que cocinan solo de noche para que el humo no los delate. Muchas veces deben cavar hasta a dos o tres metros de profundidad para encontrarlas.
Si tuvieran tierras podrían cultivarlas. Pero no hay tiempo que perder: los guerrilleros deben estar atentos a cualquier movimiento que se produzca en las bases militares cercanas. No son construcciones de ladrillo, sino extensas tiendas de campaña verdes, fácilmente visibles desde lo alto. Normalmente se colocan estratégicamente cerca de los riachuelos, para pillarles cuando van a por agua, lo que obliga a que haya siempre equipos de tres o cuatro que se arriesgan a morir para conseguir algo con lo que hidratarse.
“Nos mantenemos fuertes en nuestras convicciones hasta que no llegue una solución por parte de la comunidad internacional”, reconoce Chong Lor Her, acompañado solo de cuatro hombres armados con sus AK-47 y su fe.
«Nyob zoo. Hola. Encantado de saludarte, Josep. Soy el presidente Her», me dijo por teléfono el jefe del grupo, acompañado según me explicó de solo cuatro hombres, armados con AK-47 y su fe
Casi pude imaginarme al Chonglor, el líder, en medio de la oscura noche, hablándome con su mechón de barba plateado y el pelo largo, símbolo legendario de invulnerabilidad, y la AK-47 negra colgada del cuello, esperando al mundo. Su alegato entonces fue que llevan masacrando a su gente desde 1975. ¿Es que acaso no juegan los muertos a favor de las causas perdidas? ¿En qué momento los regímenes asesinos cruzan la línea roja? Las vidas perdidas merecen ser resarcidas.
Recuerdo que cuando le pregunté si temía por su vida, respondió que era difícil que les mataran a todos, porque eso alertaría al mundo. Pero ya apenas quedan una treintena de ellos, divididos cada vez en grupos más pequeños, y Laos quiere la zona ‘libre de bandidos’.
Las autoridades anunciaron a principios de año su intención de transformarla en un destino turístico valorado en 500 millones de dólares, liderado por el grupo empresarial Khampai Sana, y en marzo incluso cerró su acceso a los aldeanos para incrementar su actividad militar contra los ChaoFa. Si el proyecto sigue su curso, en 2022 los turistas podrán ir a Laos y subir a su montaña más alta, pisando los huesos frescos de aquellos a los que el ejército ha debido de aniquilar. De niños, bebés y ancianos.
“Las actividades incluirán escalada, ciclismo, acampada, y casas de huéspedes, así como un teleférico, un parque de atracciones y un hotel cinco estrellas”, afirma una noticia del digital Laotian Times. No quiero ni imaginarme a los senderistas y runners alegrándose de su logro de subir a la colina, los selfies de los jóvenes acampados brindado con una cerveza, y el influencer de turno publicando desde la habitación de lujo con el hashtag #goodvibes.
No me salen ni las palabras. Otra vez, el silencio.
Fotos de Tong Moua durante su visita al poblado de la etnia Hmong en el año 2016.